Por Dr. Ernesto Iliovich
El hígado es un órgano maravilloso. Con un peso de aproximadamente un kilo y medio, desempeña funciones vitales como metabolizar los nutrientes, desintoxicar el organismo y almacenar sustancias esenciales. Sin embargo, a pesar de su importancia, no lo estamos cuidando como deberíamos.
Uno de los problemas más preocupantes que enfrentamos hoy en día es el hígado graso no alcohólico, una enfermedad silenciosa que afecta a una de cada cuatro personas. Se trata de la acumulación excesiva de grasa en el hígado sin que el consumo de alcohol sea la causa. Su aparición está directamente relacionada con el estilo de vida moderno: sedentarismo, exceso de calorías, alto consumo de azúcares y grasas, y la falta de actividad física.
El cuerpo humano está diseñado para el movimiento. Durante miles de años, el ser humano caminó grandes distancias y enfrentó periodos de escasez. Hoy, en cambio, pasamos horas sentados, comemos en exceso y almacenamos grasa de manera innecesaria. Aquellos que presentan sobrepeso, especialmente obesidad central (lo que comúnmente llamamos "pancita"), tienen una alta probabilidad de desarrollar hígado graso. También corren riesgo quienes padecen diabetes tipo 2, resistencia a la insulina, colesterol elevado o triglicéridos altos.
El mayor problema de esta enfermedad es que no da síntomas en sus etapas iniciales. Muchas personas la padecen sin saberlo, hasta que la grasa acumulada empieza a inflamar el hígado y generar fibrosis, un proceso que puede derivar en cirrosis. Esta última, asociada generalmente con el alcoholismo, puede aparecer en personas que jamás han bebido una gota de alcohol, pero que han descuidado su alimentación y actividad física.
Dado que el hígado graso es una enfermedad silenciosa, la clave está en la prevención y el diagnóstico precoz. A partir de los 40 o 50 años, es fundamental realizar chequeos médicos periódicos, especialmente si hay factores de riesgo como obesidad, diabetes o colesterol alto. Un simple análisis de sangre puede revelar inflamación hepática, y una ecografía permitirá detectar la presencia de grasa en el órgano.
Lo positivo es que, en sus primeras etapas, esta afección es reversible. No se necesitan medicamentos ni tratamientos costosos: basta con adoptar hábitos saludables. Mantener un peso adecuado, reducir el consumo de azúcares y grasas, evitar el alcohol en exceso y realizar actividad física de forma regular son medidas clave. Caminar, moverse y llevar una dieta equilibrada puede hacer la diferencia entre un hígado saludable y uno enfermo.
En un mundo donde cada vez más personas enfrentan problemas de salud derivados del estilo de vida moderno, es hora de tomar conciencia. Cuidemos nuestro hígado. Es un órgano que trabaja incansablemente por nosotros; lo mínimo que podemos hacer es devolverle el favor.